#CineExperimentalConBaba - Siempre queda algo por romper: el cine de Autojektor

 

En esta cuarta edición de #CineExperimentalConBaba - sección en la que Ivana Kordi Oszlak nos invita a conocer y reflexionar sobre distintas obras audiovisuales y artistas emergentes - hablamos sobre la obra de Autojektor, la artista emergente queer que trabaja con la forma humana y la destruye, deformándola y desmantelandola ¡Que lo disfruten!

 
 

En 1940 se hicieron en la Unión Soviética una serie de experimentos con el fin de revivir organismos muertos. Sin entrar en mucho detalle (e invitando a quienes les interese el tema a mirar el documental Experiments in the Revival of Organisms), el dispositivo que hizo posible la reanimación de los cuerpos fue bautizado por el científico ruso Serguéi Bryujonenko “Autojector”. Así nace la historia detrás del nombre de la artista emergente queer de la que vamos a hablar hoy.

 

Como la historia de muchxs de lxs que nos dedicamos al cine experimental, su relación con el cine empezó con el cine narrativo. Siempre fue fanática de las películas de terror de bajo presupuesto: mientras más bizarras, mejor. Y aunque sus primeras películas tendieron a reproducir los procedimientos y formas del cine con el que creció, su trabajo giró rápidamente hacia lo experimental: cuadro por cuadro, diminuto y sobre el celuloide, fusionó los mundos del terror ficticio y el terror real.

 
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Hay muchas (¡muchas! ¡tantas!) películas de las que hablar que se me hace imposible dedicarle este artículo al análisis de su trabajo a través de una sola de ellas. Casi todas sus obras son intervención directa sobre found footage y en la mayor parte de su trabajo trabaja con la forma humana, deformada y desmantelada: toma la idea de la conexión personal con el rostro, la idea de la personalidad y la agujerea, apuñala, raya y deshace, eliminando por completo la noción de la memoria humana. Desmantelando el rostro desmantela lo que es ser humanx y, de alguna manera, revive o continúa esa idea de que, al sacarle a alguien una foto, se le roba el alma.

 

A su vez, ha hecho películas que se mueven de este modus operandi. En “Basilisk”, por ejemplo, trabaja con material filmado en Super 8mm durante su viaje al Bosque Negro de Alemania. Aún sin rostros o figuras humanas mantiene el estatus de película embrujada, nostálgica, perdida, violenta y alterada que ilumina todas sus películas. Bajo la luz brutal del mundo, toma control narrativo de la imagen y la destruye totalmente.

 
 

En su última película, “Robyn”, (que, por cierto, está en exhibición en la exposición “Rebel Dykes” en Londres hasta fines de septiembre) se aleja del celuloide e investiga sobre soporte digital acerca de lo que hace que un rostro sea (o deje de ser) un rostro, a partir de la tecnología de reconocimiento facial. La pregunta acerca de la identidad a través de la destrucción se mantiene siempre vigente.

 

Otra de sus películas, “Trans Fever” (o, en español, Fiebre Trans), encapsula en mi opinión la actitud y furia detrás de todo su trabajo. Irrumpe violentamente las imágenes de la icónica valla blanca: la vida suburbana ideal de clase media norteamericana, la familia tipo, heterosexual y heteronormada, viviendo una vida tranquila en una casa grande con un jardín muy verde. Fiebre trans, valla blanca, Make America Great Again… donde está la imagen, está Autojektor destruyéndola. La película dice “¿Querés esto? ¿Querés esta mierda? Bueno, no vas a tenerla”. La pregunta acerca de la identidad se vuelve una certeza: ¿de dónde viene la ira? De habitar un mundo donde se ha de luchar por el derecho a existir.

 
 

Su trabajo florece en medio del desecho tóxico que a menudo es la sociedad de hoy en día. Su cine grita; grita, pega, rompe, raya, escupe, corre y patea. Burbujea el fílmico a los alaridos. Su cine es icónico, magnético y feroz. Lxs invito a mirar sus películas en Vimeo o su página web y a seguirla en sus redes sociales. Dicho esto: la A en Ari Aster es por Autojektor.

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